Gustavo Roldán
Quiero compartir con ustedes la autobiografía
de Gustavo Roldán y un video donde él cuenta cómo fue que escribió uno de sus tantos
cuentos “Las tres dudas del bicho colorado”.
Durante
la cursada de las asignaturas de literatura, prácticas del lenguaje y los
taller de práctica, fui agregando a mi biblioteca persona varios textos de
este autor como ser:
- “La pulga preguntona”,
- “Las tres dudas del bicho colorado”,
- “Las pulgas no andan por las ramas”,
- “Como si el ruido pudiera molestar”,
- “Historia del dragón y la princesa”.
El conocer las obras de Gustavo Roldan, me han
permitido enriquecerme como lector. Sin duda no puedo ponerlo en comparación
con otros, ya que cada autor de literatura infantil, tiene su propio estilo,
pero me han fascinado sus cuentos.
A través de sus obras he podido conocer el monte
chaqueño, sus travesías, sus costumbres, su fauna, etc.
Las invito a conocer más sobre éste
maravilloso autor y que comiencen a disfrutar de los cuentos, novelas e historias
extraordinarias.
Autobiografía de Gustavo Roldán[1]
"Aspiro a
escribir textos donde la cantidad de años que tenga el lector no sea más que un
accidente como el verano o la lluvia o el frío."
Me crié en el
monte chaqueño, en Fortín Lavalle, cerca del Bermejo, cuando la tierra era
plana, la luna se posaba en las copas de los árboles y los cuentos sólo
existían alrededor del fogón del asado o en las ruedas del mate.
Después se
inventaron los libros. O tal vez antes, pero yo no lo sabía. Solamente sabía
muchos cuentos, de ésos que después me enteré que se llamaban populares, que
iban pasando de boca en boca y de oreja en oreja. Cuentos del zorro, del tigre,
del quirquincho, de Pedro Urdemales, de pícaros y mentirosos, del lobizón y de
la luz mala. Claro que esos cuentos nunca eran del todo cuentos, habían
sucedido por ahí nomás, en medio del monte, y eran cosas que nadie ponía en
duda. Yo tampoco.
Cuando menos
lo esperaba, me llegó la hora de ir a la escuela y nos fuimos al pueblo. En los
pueblos el tiempo pasa lleno de ocupaciones importantes: se está rodeado de
amigos para jugar a las bolitas,
remontar barriletes, hacer bailar trompos, jugar a la pelota, andar en
bicicleta. Todo eso mientras se van secando las bolitas de barro para la honda.
¿Para la honda? Sí, para la honda. Después el mundo se va agrandando cuando uno
conoce los parques de diversiones, el cine y el circo, cosas que el monte suele
no tener. Y un día, uno pasa por la librería Molina, en Sáenz Peña, y encuentra
que hay estantes infinitos llenos de libros, no de ésos de aprender a leer,
sino de cuentos y más cuentos y más cuentos.

Mi relación
con la literatura es continua y amigable. Sobre todo la de lector. Con la
escritura a veces nos peleamos, pero eso también forma parte de las buenas
relaciones. Aspiro a escribir textos donde la cantidad de años que tenga el
lector no sea más que un accidente como el verano o la lluvia o el frío, como
eran esos cuentos que relataban los domadores alrededor del fogón, cuando el
fuego siempre estaba unido a la palabra.
Creo que los
chicos entienden todo y quieren saber de todo. Desconfiar de su capacidad es
desconfiar de la inteligencia, de la sensibilidad del otro. Y desconfiar de la
capacidad de la palabra es, en última instancia, desconfiar de nosotros mismos.
Podemos desconfiar de nosotros mismos pero, si jugamos en serio, las palabras
siempre van a alcanzar. Sobre todo lo que hay detrás de las palabras.

¿Que si el
libro va a desaparecer? Obviamente no. Esa idea es un invento de los mismos que
sostienen la muerte de las ideologías.
Entre idas y
vueltas, siempre vuelvo a Huckleberry Finn, Sandokán, todo Jack London, las
1001 noches, La isla del tesoro. Porque esos libros me ayudaron a crecer, a
imaginar, a pelear contra los perversos y contra el miedo, a defender la
dignidad, a resistir, a volar. Porque me dijeron, antes de que aprendiera nada
de política, que era posible cambiar el mundo. Cualquiera que aprenda a volar
puede resistir.
Creo que la
literatura para chicos es literatura. O debería ser. Los chicos tienen que leer
cualquier cosa que se les cruce en el camino, y decidir por su cuenta si les
interesa o no, y cambiar o pedir más. Cada uno, sólo, y a pesar de las ayudas,
irá encontrando el camino de su crecimiento, porque esto también es un problema
de soledad. Llevarlos siempre de la mano puede ser demorar etapas o saltearlas
de manera arbitraria. Acompañarlos, sí, pero dejando abiertas las puertas para
experiencias personales, dejándolas abiertas para ir a jugar.
Gustavo
Roldán
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